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jueves, 7 de julio de 2016

GIMME FIVE

Suelo dormir y entonces tener uno o varios sueños que permiten que un agua estanca corra por mi interior haciendo dibujos como hace el mar de regreso hacia su profundidad. Esos dibujos de árboles y raíces en la arena.

Los sueños son de alguna forma el reverso de la realidad, y entre sus peculiaridades, en ellos el tiempo es infinito porque se ha detenido. Así, hay segundo en que rebosan sentir, como si la vida se adensara, como una resina oscura y poblada de vida. Siempre imagino los sueños como un racimo, son burbujas de creación con sus propias reglas, su propio tiempo, su propia luz. Todo el racimo está conectado y cada burbuja repite el eco de la vida con un ligero matiz diferente.


Me pregunto si hace cinco meses que estoy soñando.

Me lo pregunto porque no comprendo bien lo que el tiempo hace conmigo últimamente. A veces, se agolpa y compacta, se puebla y se nutre de todo, y un segundo es una vida entera. Luego hay que aguantar el embite y son horas sonado, con el cerebro anegado en algo dulce y fluorescente que lo deja en vilo y flotando. Así es como sabe la felicidad plena entonces. Nunca había sentido la luz así, nunca con un adulto frente a mí. Sólo mi pequeña alma me había hablado de ella. Nunca la luz, yo que sé lo que es un minuto que cae como una uña o una zarpa por mi alma rasgando la tela, el forro y dejando derramarse todo lo que tienes dentro hasta dejarte muerto.

      Otra característica de este sueño es la convergencia del espacio. Muy pronto, muy muy pronto, el espacio se curvó en mi existencia en estos cinco meses y todo pensamiento y toda acción me lleva cerca del horizonte de sucesos, inevitablemente todo ha de pasar por ella.

     Si pudiera realmente mirar en perspectiva estos cinco meses, vería un extraño y sinuoso muestrario de la elasticidad que el tiempo y el espacio posee. Como aquello noche que a la sombra de unas setas mágicas se me revelaron secretos y miradas que entumecieron circuitos de mi razón de puro ridículo. Creo que en algún hueco vacío y dolido de mi quedó su voz de aquella noche y esa pregunta dulce y rosada que me anima a la vida desde otro lado: ¿verdad que sí?

      Recuerdo, por hablar de un trallazo de luz entre decenas, aquella vez que perdí un tren, tras correr como un niño, absurdamente, con mi maletín golpeándome los muslos y los pulmones estallando. Y luego ella dio un golpe de volante sin dudarlo y fue a buscarme para no esperar ni un minuto más. Desde el primer minuto en que nos vimos, creo que sólo hemos corrido para encontrarnos, siempre.

      Alguna música debe andar sonando y, en este tiempo, una danza se ejecuta misteriosa y naturalmente. Y yo voy descubriéndolo, dejándome llevar. Mi único afán es seguir oteando el fondo de esos ojos, sentir el relámpago infantil de esa sonrisa, llena de travesuras y vitalismo, seguir labrando y adhiriéndome a la carne y al cuerpo que funde mis sentidos y que me hace remolinos en las sienes, cuando mi corazón respira, cuando mis pulmones laten. Conectar todas mis fibras y buscar en ti sin poder distinguir quién soy de quién eres.


         Hace un par de años o así puse una carretera con un horizonte de luz y sol de fondo en mi camino. No sabía yo entonces que en ese camino hacia el sol estabas tú. Qué bueno!

martes, 10 de mayo de 2016

EL MAR DE BLANCO.


En uno de esos días en que en Cádiz golpea el viento como si sacudiera el mismo horizonte bajamos en cortadura, ese hilo de arena, dunas y tres mil años de abrazo que une Eriteia con el resto del mundo. Tras cruzar el puente de madera nos esperaba el mar y era un milagro; porque hasta más allá de cien metros nos recibía con una espuma blanca que hervía, brillaba y nos hablaba con mil voces. Creo que en el aire flotaban la sal, el agua, y ese recóndito del mar, ese olor-sabor profundo, viscoso y que parece contener el secreto de la vida.

Tanta espuma, tanto viento y tanto batir y batir, y sobre la orilla se había formado una colcha de punto imposible de espuma, espesa, en la que si hundías un dedo sentías al aire respirar y liberarse. De alguna forma el mar había atrapado en su sal el aire en un abrazo, y era como una capa de merengue o nácar lo que a la orilla de este se había formado.



Era un día ligeramente nublado, pero yo creo que el mar reía, con una risa plateada, blanca, pura, inmortal e inocente. Reía con fuerza, reía con vida. Yo creo que el mar reía como yo río ahora, que me acompañaba. Ahora que me acompañaba el mar, y tú, que de mi mano andas por el mundo, y yo de la tuya ando por la vida.

La fuerza de sus olas casi desbordaban la playa, porque en ese ímpetu y ferocidad alegre, quería invadir el terreno más allá de las dunas.


Y entre todo ese viento, y ese mar, entre toda la ferocidad y alegría, entre todo el pálpito, el latido y el sacudir de la vida, podía sentir la alegría golpear en mi cuerpo, su caricia pura, por haberte encontrado, por habernos encontrado, por coincidir.

Y paseamos por la espuma, por las dunas, y recogimos una planta con la mayor de las ternuras, y todo era una fiesta, y era nuestra, la hicimos nuestra, y era para nosotros.

En el amor uno vibra con el mundo, y el mundo vibra con uno.