Suelo
dormir y entonces tener uno o varios sueños que permiten que un agua estanca
corra por mi interior haciendo dibujos como hace el mar de regreso hacia su
profundidad. Esos dibujos de árboles y raíces en la arena.
Los
sueños son de alguna forma el reverso de la realidad, y entre sus
peculiaridades, en ellos el tiempo es infinito porque se ha detenido. Así, hay
segundo en que rebosan sentir, como si la vida se adensara, como una resina
oscura y poblada de vida. Siempre imagino los sueños como un racimo, son
burbujas de creación con sus propias reglas, su propio tiempo, su propia luz.
Todo el racimo está conectado y cada burbuja repite el eco de la vida con un
ligero matiz diferente.
Me
pregunto si hace cinco meses que estoy soñando.
Me lo
pregunto porque no comprendo bien lo que el tiempo hace conmigo últimamente. A
veces, se agolpa y compacta, se puebla y se nutre de todo, y un segundo es una
vida entera. Luego hay que aguantar el embite y son horas sonado, con el cerebro
anegado en algo dulce y fluorescente que lo deja en vilo y flotando. Así es como sabe
la felicidad plena entonces. Nunca había sentido la luz así, nunca con un
adulto frente a mí. Sólo mi pequeña alma me había hablado de ella. Nunca la
luz, yo que sé lo que es un minuto que cae como una uña o una zarpa por mi alma
rasgando la tela, el forro y dejando derramarse todo lo que tienes dentro hasta
dejarte muerto.
Otra característica de este sueño es la convergencia
del espacio. Muy pronto, muy muy pronto, el espacio se curvó en mi existencia
en estos cinco meses y todo pensamiento y toda acción me lleva cerca del
horizonte de sucesos, inevitablemente todo ha de pasar por ella.
Si pudiera realmente mirar en perspectiva estos cinco
meses, vería un extraño y sinuoso muestrario de la elasticidad que el tiempo y
el espacio posee. Como aquello noche que a la sombra de unas setas mágicas se
me revelaron secretos y miradas que entumecieron circuitos de mi razón de puro
ridículo. Creo que en algún hueco vacío y dolido de mi quedó su voz de aquella
noche y esa pregunta dulce y rosada que me anima a la vida desde otro lado:
¿verdad que sí?
Recuerdo, por hablar de un trallazo de luz entre decenas, aquella vez que perdí un tren, tras correr
como un niño, absurdamente, con mi maletín golpeándome los muslos y los
pulmones estallando. Y luego ella dio un golpe de volante sin dudarlo y fue a
buscarme para no esperar ni un minuto más. Desde el primer minuto en que nos vimos, creo que sólo hemos corrido para encontrarnos, siempre.
Alguna música debe andar sonando y, en este tiempo,
una danza se ejecuta misteriosa y naturalmente. Y yo voy descubriéndolo,
dejándome llevar. Mi único afán es seguir oteando el fondo de esos ojos, sentir
el relámpago infantil de esa sonrisa, llena de travesuras y vitalismo, seguir
labrando y adhiriéndome a la carne y al cuerpo que funde mis sentidos y que me
hace remolinos en las sienes, cuando mi corazón respira, cuando mis pulmones
laten. Conectar todas mis fibras y buscar en ti sin poder distinguir quién soy de quién eres.
Hace un par de años o así puse una carretera con un
horizonte de luz y sol de fondo en mi camino. No sabía yo entonces que en ese
camino hacia el sol estabas tú. Qué bueno!