Llega el fin del mundo, Mr. Scrooge,
su redención es tardía, compre ya el pavo. Fracasó el fin de milenio, que se lo
digan a Paco Rabanne (aunque sigue vendiendo gafas y moda el tío), ni siquiera
tuvimos un efecto 2000 que pusiera las cosas en su sitio y el único afectado
fue Cascos (o era Trillo?), comiéndose las uvas peladas de lata en su torre de
control al mando de un batallón tecnológico para hacer frente a aquella posible
parada tecnológica fruto de una burda imprevisión numérica.
El fin del mundo, el fin de los
tiempos. Es un tema común en las profecías religiosas, en la mitología, en la
cultura popular. Hasta los cosmólogos se ocupan del destino final, aunque del
universo, que para eso son más listos ellos y no se van a entretener con un
planeta más, por mucho que sea el propio. Así, Big Freeze, Big Rip, Big Crunch,
Big Bounce, Multiverso, Falso Vacío o Niveles indefinidos; todas estas teorías
pelean entre sí por comprender el destino final de todo lo conocido.
Y luego están los Mayas. Los Mayas,
claro. Recientemente la NASA ha tenido que aclarar que no habrá fin del mundo
el 21 de diciembre. Aguafiestas. Nada va a chocar con nosotros, no nos
achicharrará el sol, lo de los polos magnéticos es cosa de risa. Incluso han
descubierto unos códices mayas en Guatemala que predicen eclipses y fenómenos
astronómicos durante más de 7.000 años, lo que apunta a la falsedad del fin del
mundo maya este año. En realidad, dicen, de lo que hablan los mayas es de un
cambio de ciclo.
En fin, que aunque los hoteles en el
monte Rtanj (montaña del fin del mundo) en Serbia, estén desbordados para el
día 21 nada va a pasar. Nada definitivo, pero sí un cambio de ciclo, ¿no?
Pero a mí el cambio de ciclo me
pilla tarde, o precisamente muy preparado. Llevo meses mudando mi piel,
apelando a los instintos. Las uñas me crecen más duras y mi mirada es más
triste pero más sabia y salvaje. Por mi cuerpo corre sangre nueva. Incluso me
he preparado físicamente para este momento. El escozor de la rabia me sacude a
ratos, aún no soy libre, ¿quién puede ser libre?, y salgo por la noche a reventar
a zarpazos bolsas de basura, algún rostro. Salgo por las noches de caza y
alguna que otra vez traigo algo a casa y lo devoro con fruición, con empeño. No soy como el pequeño salvaje de Truffaut. El iba de ida, y esa era su hermosura y la metáfora de lo que la civilización hace con el hombre. Yo estoy de vuelta ya, eso trato.
Otras madrugadas sólo aúllo y miro al mar omnipresente en mi tierra. Yo vivo en Cádiz, una ciudad de
costuras espacio-tiempo (quiero escribir sobre esto en otro momento). Aquí das
dos pasos y caminas mil años. Saltas de un periodo romano a otro, a los
fenicios o el Cádiz de la resistencia del 1800. Vivir en un sitio así te
permite entender muchas cosas, entender los ciclos, sí, y que todo suma, de
alguna extraña forma, todo es poso o palimpsexto para empezar de nuevo. Aunque
nada es nuevo bajo el sol, al mismo tiempo, y llevamos nuestras vidas, con sus
cicatrices y escalofríos, sus placeres y temblores de éxtasis, allá donde vamos.
Tal vez el cambio de ciclo sea
político, tal vez estalle de una vez toda nuestra estructura económica y
podamos reconstruirla a nuestra medida al fin. DRY, el 15-M y todos esos
sacerdotes de este nuevo mundo llevan tiempo luchando por ello. Igual el fin
del mundo no es sino el fin de este podrido y cruel mundo que se irguió y
prosperó alimentándose de sangre y vísceras allá por los felices veinte. Los
felices veinte, sí. Menudo frenesí de faldas cortas, boquillas largas y
charleston para ahuyentar inútilmente la que se nos venía encima. El crack, la
primera, la segunda guerra, cientos de conflictos armados basados en intereses
particulares. No voy a contar lo desagradable que ha sido nuestro siglo veinte,
con todas sus grandezas humanas individuales aparte, claro. Ya lo hizo
adelantándose de una manera magistral Celine. Nadie superará a Celine en eso. Había
una copia de su “Viaje al fin de la noche” en la antigua biblioteca de Sevilla
y alguien escribió dentro: “Lee a Celine, el mejor escritor en 2000 años”.
Igual tenía razón.
La verdad es que en cierta forma el
s. XX ha sido paradójico. Es cuando el hombre ha llegado a lo más alto, cuando
ha dado más de sí. Y sin embargo, ese siglo, todo él, no ha sido otra cosa que
un fin del mundo a fuego lento, una larga parrilla por la que hemos caminado
lentamente para llegar a las puertas del nuevo milenio y empezar a caminar por
él tal y como lo estamos haciendo: sin norte, sin fe, sin fuerzas; con las
plantas de los pies quemadas y los ojos rojos por el humo y el dolor.
Lo que nos hace falta es savia
nueva, acerar nuestros colmillos, humanizarnos en el amplio sentido de la
palabra. Nos hace falta inocencia, pero de la buena, no de la que utilizan para
darnos cera un día y otro. Es hora de tender manos y también de destruir y
construir al mismo tiempo. Es la hora, es el momento del fauno. Arno Schmitd lo dijo en su libro, cuando volvió la espalda a su tiempo y su negrura para vivir en el bosque como , aparte, aislado. Quería vivir deliberada e intensamente, como Thoreau nos dijo. Eso es lo que necesitamos, reinventar un nuevo Walden. Y que no sea una versión 2.0, por favor.
A mí, como digo, el fin del mundo, o
de ciclo – vayamos admitiéndolo – me pilla nuevo y dispuesto, he mudado mi
existencia. Cogeré la mano de mi hijo y caminaré dispuesto hacia lo que este
tiempo y toda esa gente que quiere ser y que le dejen ser me lleve. No es,
después de todo, mal momento para ello.Nell mezzo del cammin di nostra vita…
que dijo el gran poeta, en otro libro bastante apocalíptico, por cierto. Pero
yo no quiero internarme en una selva oscura, salvo que sea imprescindible.
Quiero luz, paz y risas, amistad, amor. Quiero jugar y en ese juego compartir
nuestra esencia. De selvas oscuras, ya he tenido bastante.
Addenda I: No habrá apocalipsis Maya, pero nos queda, me queda, este apocalipsis y fin de todo que tan socarrona y maravillosamente hizo Javier Krahe. Prueba de que él es un clásico y un sabio, es el acertado título para esta canción y este tema: Eros y civilización.