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sábado, 22 de junio de 2013

HIGH, (Mecido en las palabras)


       Voy a escribir como tantas veces lo he hecho, sin saber adónde, sin saber cómo, sin saber qué. Escribo lanzándome al vacío más absoluto, sin palabras aún en mi mente salvo estas, en un primer paso por el trampolín.
          Saltas y la sacudida es fuerte, y es entonces cuando sientes el garrapateo de las palabras correr por las venas. Son ellas las que escribirán sobre mí, sobre el mundo, sobre todo. Tan sólo tengo que seguirlas. Si Shakespeare decía que estamos hechos de la misma materia que los sueños y las estrellas, yo digo que a veces todo lo que sé de mí me lo dicen las palabras.

        Me miran las palabras a veces como a un viejo cansado, triste, vencido y moribundo. Me dicen, en susurros quedos y cercanos, frases de miel, frases lentas que son caricias, que son un vano afán y sin embargo tiene sentido y cumplen su función. En las palabras no estoy solo, ni me siento absurdo al menos por unos instantes.
        Me tratan las palabras como a un niño incapaz de contenerse, como a un niño que va explotar en su deseo por vivir, un niño puro, inmaculado, de risa en estallidos de luz al que las palabras acompañan en torbellino tratando de asir para él la realidad, los contornos de las cosas y el cuerpo vivo del otro.
     Y al final, llega la humildad, por fin, y reconocer que las mejores palabras que tengo me las han dado otros. Que he visto en los ojos de otros palabras que no conocía y que me decían lo que tanto necesitaba. Que he visto eso y tenía que escribirlo, para que no se olvidara, para poder rememorarlo cuando quisiera, para que siempre  - aunque es mentira eso – esté ahí.
      Siempre podré abrazarme a las palabras y con ellas, estar cerca de esos que me miraron y quisieron, aunque fuera sólo unos minutos, aunque fuera sólo compartiendo un café o un encuentro casual a la salida del supermercado. A las palabras y los gestos de esos que desvelaron mi intimidad y que sentía que entraban en ella, aún sin saber muy bien después que hacer con ellos, cuál era el paso siguiente.
       Tras las palabras, el vacío del mundo. Sé que las palabras se las lleva el viento, pero a nosotros también nos llevará, seremos, finalmente, una fina gasa de polvo confundido en el aire, sin consciencia, sin voz, ausente de sí mismo.
     Pero ahora el amanecer ilumina la costa para mí gracias a las palabras y las voces. Sólo persigo el tiempo otra vez hasta su último cabo. Pensé que moriría en soledad, en una noche interminable. Pero ahora estoy en lo alto, corriendo como un salvaje entre las estrellas del cielo.

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