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martes, 10 de mayo de 2016

EL MAR DE BLANCO.


En uno de esos días en que en Cádiz golpea el viento como si sacudiera el mismo horizonte bajamos en cortadura, ese hilo de arena, dunas y tres mil años de abrazo que une Eriteia con el resto del mundo. Tras cruzar el puente de madera nos esperaba el mar y era un milagro; porque hasta más allá de cien metros nos recibía con una espuma blanca que hervía, brillaba y nos hablaba con mil voces. Creo que en el aire flotaban la sal, el agua, y ese recóndito del mar, ese olor-sabor profundo, viscoso y que parece contener el secreto de la vida.

Tanta espuma, tanto viento y tanto batir y batir, y sobre la orilla se había formado una colcha de punto imposible de espuma, espesa, en la que si hundías un dedo sentías al aire respirar y liberarse. De alguna forma el mar había atrapado en su sal el aire en un abrazo, y era como una capa de merengue o nácar lo que a la orilla de este se había formado.



Era un día ligeramente nublado, pero yo creo que el mar reía, con una risa plateada, blanca, pura, inmortal e inocente. Reía con fuerza, reía con vida. Yo creo que el mar reía como yo río ahora, que me acompañaba. Ahora que me acompañaba el mar, y tú, que de mi mano andas por el mundo, y yo de la tuya ando por la vida.

La fuerza de sus olas casi desbordaban la playa, porque en ese ímpetu y ferocidad alegre, quería invadir el terreno más allá de las dunas.


Y entre todo ese viento, y ese mar, entre toda la ferocidad y alegría, entre todo el pálpito, el latido y el sacudir de la vida, podía sentir la alegría golpear en mi cuerpo, su caricia pura, por haberte encontrado, por habernos encontrado, por coincidir.

Y paseamos por la espuma, por las dunas, y recogimos una planta con la mayor de las ternuras, y todo era una fiesta, y era nuestra, la hicimos nuestra, y era para nosotros.

En el amor uno vibra con el mundo, y el mundo vibra con uno.


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