ENGLISH

martes, 1 de marzo de 2011

De escritores, filósofos y otras profesiones

¿Uno ha de seguir la lógica de la verdad, atenerse a los hechos, ser fiel y coherente, cuando escribe? ¿Uno puede mentir o falsear cuando escribe, puede impostarse como lo que no es?  ¿Se puede jugar a la mentira con la verdad? ¿Algo más? Me declaré partidario de la libertad total, de la enajenación, de aquel desordenamiento sistemático de los sentidos que decía Rimbaud. Sé que lo hice en parte porque discutía con dos filósofos. Los filósofos son como una especie de sindicato vertical franquista o un partido único y siempre reelecto en una falsa democracia: sólo defienden una cosa.  No digo que los filósofos digan todos lo mismo, que Kant me libre de ello. Digo que su medio es, más o menos pervertido, el medio de la lógica, la razón, la dialéctica, etc… No es ése el medio de la literatura, o al menos no lo es necesariamente.  La literatura ha buscado otras vías, ha ido contra el racionalismo, contra el realismo, en contra, a la contra. A veces la literatura ha ido contra todo.
     Yo hablaba de literatura y mis interlocutores de filosofía. En la filosofía, como en la literatura, hay talibanes que creen que ese amaneramiento de la realidad que ellos utilizan “es” la realidad. Creo que ocurre, casi inevitablemente, por deformación profesional.  El escritor no es una excepción, y subraya el mundo y la existencia con la doble o triple hélice del código herético de las palabras. No siempre herético, dirán. Pero ya el tiempo se ha sucedido y las ortodoxias fueron puestas del revés y luego del derecho, restituidas tras las vanguardias, iguales pero diferentes, para luego hacer mixtura, y vuelta otra vez. Toda literatura, ya, es heterodoxia. Al menos toda literatura de verdad, que se precie.
               Imagino unos amigos que van de picnic. Una psicóloga, una enfermera, un filósofo y un escritor. Que conste que en mi relato hay paridad. Sentados al mantel comparten viandas y abren latas con el vino servido. El escritor trajo el mantel de cuadros de su abuela, la enfermera un botiquín, la psicóloga té y café en un termo. El filósofo, para hacer honor a su oficio, no trajo nada; o tal vez trajo un martillo para partir piñones., si se trata de un filósofo práctico. Abriendo una lata de berberechos el escritor se corta un dedo, la sangre cae como carmesí o lacre sobre el mantel y emborrona un cuadro blanco entre bermellones y violetas. ¿Cómo reaccionan todos?
               La enfermera es de prever. Salta, corre hacia el coche, coge el botiquín, cura, venda, tranquiliza lo que haya que tranquilizar. La psicóloga calma también al escritor, y al filósofo que se ha puesto muy nervioso ante esta irrupción de la realidad, trata de controlar la situación, de mantener todo en equilibrio. Para ello, para mantener las cosas bajo control, dice lo que haga falta, dice tonterías si es preciso: “tranquilo, no es grave, no vas a morirte por eso”, “no pasa nada, es una herida, es sólo sangre”. El filósofo está nervioso pero no por cobardía o pusilanimidad. Lo que lo sacude es el incidente en sí mismo. El picnic tenía su orden, su lógica. El discurso-idea-monologo que estaba dando era impecable. Pero de pronto ha pasado algo que ha detenido todo eso. Un filósofo que se precie tiene la obligación de incorporar este hecho a la realidad. “Los accidentes son una contingencia de la vida”, son lógicos. O no, la vida escapa a nuestro control y el filósofo se exaspera y desespera como otros han hecho. Comprende que esto afecta a la realidad y por tanto toda esta queda transformada. Así en una buena gama de matices, es su reacción. Si es existencialista, por ejemplo, asumirá el hecho y sabrá que requiere valor, decisión y compromiso. Con su abrigo a lo Camus o su pipa de Sartre, será enérgico, actuará incluso – pero esto se ha visto poco -, y aparecerá casi como un líder intelectual para la enfermera, la psicóloga y el escritor.
               Podemos ver que la reacción del filósofo, en términos “reales” (y qué será eso) es bastante indefinida.
Y el escritor, ¿cómo reacciona el escritor? En primer lugar, y ya sabemos a estas alturas más que de sobras que todo esto que escribo no es más que una bromita simbólica muy ramplona, al escritor es a quien se le ha cortado el dedo. Él tiene la herida, la padece, le duele, le sangra. El escritor tiene la experiencia de esa herida, la está teniendo. Por tanto, el escritor esta enajenado del mundo. Si la herida es lo bastante grande, el escritor no atiende a nadie, sobran los consejos de la psicóloga, permanecerá pasivo y mudo ante las maniobras de cura, no hace falta decir como es su actitud ante el discurso o reacción del filósofo.
Tras la cura de la herida, con los analgésicos tomados y una vez que el té ha reconfortado al escritor, ¿cómo reacciona este? Para el escritor, que en eso se parece al filósofo, caben muchas salidas. Pero sus modos son bien distintos. En él operan experiencia, subjetividad de esa experiencia, combinación de esta con su estado vital y cultural. Y opera el azar, por qué no decirlo si es algo que opera para todos.
               Puede que atardezca y el verde del prado adquiera esa forma melancólica y empañada que parece decirnos mucho en el silencio interrumpido por los grillos. El escritor sentirá de pronto una efervescencia en sus venas, se levantará y como la niña del exorcista empezará a lanzar frases que muevan en su alquimia el estado en el que se encuentran. Puede pretender calmarse, puede que quiera todo lo contrario – aquí influye el carácter -, tal vez quiera conmover y sacudir a sus amigos con esa experiencia que ahora la tarde vuelve trascendental para él: un corte en el dedo. Para sus amigos puede ser extraña la reacción del escritor. De alguna forma, el escritor quiere transmitir a sus amigos esa experiencia que lo sacude. No quiere que sientan una herida física, claro. Para eso bastaría con cortarles el dedo a cada uno. Quiere transmitirles lo que siente, piensa y bulle en él tras lo que le ha sucedido. Lo que le ocurre es una amalgama inefable con esos ingredientes: pensamiento, experiencia, cultura, sentimiento, carácter…la proporción varía, pero puede intuirse al conocer la reacción de cada escritor ante el corte.
               Lo más interesante ocurre cuando dejamos este discurso algo manido que estoy empleando y nos sumergimos en lo que el escritor nos da. Entonces la experiencia concreta del corte en el dedo pasa a un plano secundario y es la fuerza de la expresión, que viene dada no sólo por el talento y oficio del escritor, sino también por la cultura y la época y por la propia fuerza inherente al lenguaje, es la fuerza de la escritura o del discurso literario lo que nos lleva. Ese discurso tiene, si funciona como debe, el poder de enganchar nuestra propia experiencia por algún lado y sacudirla con un matiz nuevo. Ese discurso nos afecta. Si se trata de un gran discurso, de una gran obra, llega más lejos, y entonces el discurso consigue que sintamos la herida, nuestra herida – no la del escritor -, nuestro dolor y experiencia vista con la vida del lenguaje y una personalidad que no es exactamente la nuestra, pero que sentimos nosotros. El discurso logrado con plenitud consigue que nos veamos con otros ojos y que seamos nosotros, ambas cosas al mismo tiempo. Y puede que no nos veamos, en el sentido real del término, ni que seamos nosotros tampoco. Pero así lo sentiremos, incluso estaremos convencido de ello, porque una de las potencias del texto literario, y aquí engarzo con las palabras de Vila-Matas, es que nos ha otorgado la realidad al darle un discurso. Tal vez no la realidad real, que se nos antoja inaprensible, sino esa realidad ordenada en el aparente caos de las frases que es la única que podemos atrapar.
Podemos ver que la reacción del escritor, en términos “reales” (y qué será esto), es bastante indefinida.
Eso, amén de otras cosas, comparten escritor y filósofo: una ocupación dudosa, una tarea sutil, una labor de filigrana que escapa al tejido duro de la vida muy a menudo.

2 comentarios:

  1. Esto es una caricatura y además burda.
    Me molesta, la verdad, por la injusticia de la descripción, por los trazos gruesos, porque te dejabas llevar más por las imágenes que por la precisión. Y sí, cuando tenga tiempo la despizaré, para distinguir entre las chuminadas de los budistas y el trabajo riguroso de los físicos.
    El filósofo práctico queda como un mierdecilla, y eso no es así. La figura del escritor es más certera quizás, pero la del filósofo (en el que incluyes a todos, cuando las especies son muchas...nietzsche, kierkegaard, unamuno, montaigne, el propio camus y sartre entrarían en tu esbozo de escritor tb.)

    ResponderEliminar
  2. Creo que te tomas las cosas por la tremenda, exagerando aquel aspecto que menos te ha gustado. Todos están caricaturizados. Con quien más noté esa caricatura en la relectura es con el escritor. Los escritores tienen una ventaja sobre los filósofos, pues estos pertenencen a escuelas muchas veces. Quiero decir que tras los autores de obras van el resto de filósofos, adscribiéndose a aquello. En el caso de la escritura cada escritor es un autor en sí mismo, tiene su mundo. La imagen de la herida y la reacción del escritor minimiza ese abanico de los escritores, que es muchísimo más amplio.
    Tampoco te has fijado en lo ridícula que es mi semblanza del psicólogo. Esa es la más injusta, posiblemente. Se debe a que no quise explicarme. Los psicólogos dicen lo que sea, tonterías en apariencia a veces, porque su registro o intención es otro que aquello que dicen. Lo que trato de mostrar es algo muy obvio: el lugar de donde parte un escritor es diferente en algo medular al lugar del que parte un filósofo. Tal vez tu cabreo viene de las bromitas que me he permitido.

    ResponderEliminar