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miércoles, 19 de octubre de 2011

AMIGOS IMAGINARIOS PARA UN ESCRITOR IMAGINARIO

     
     Últimamente me da por imaginar cosas raras cuando me levanto al baño de noche, extrañas escenas de películas malas de terror no vistas. Hoy, por ejemplo, como me ha despertado la respiración de mi hijo y su garganta acatarrada, he creído ver agazapado junto al dintel de la puerta una versión diminuta de él. Un niño sombra, un amigo imaginario que me espiaba, como si quisiera conocerme para decirme algo que no va bien entre mi hijo y yo. O tal vez lo que buscara fuera la ocasión para vengarse de mis denuedos por civilizar a mi hijo, por educarle, quiero decir. Los niños tienen amigos imaginarios, pero no he encontrado nada sobre qué pasa si un padre mantiene una relación paralela con ese amigo. Un padre solitario, un escritor que no escribe, o no vive, que es lo mismo para el caso. Una persona que ve en ese amigo imaginario posibilidades infinitas. Ve libertad, falta de prejuicios, ve la misma entrega al instante que ilumina la cara de su hijo. Es triste, pero es más fácil el trato con el amigo imaginario de mi hijo que con él mismo. Claro, mi hijo es real. Con un amigo imaginario tal vez al fin pueda entender las reglas de este mundo, tomarle medida.
     En estas tempranas edades los padres eligen los amigos de sus hijos. Más o menos. Pero con el amigo imaginario no hay tu tía, y eso es lo bueno. Es el Huckleberry Finn que se cuela en nuestra vida de orden burgués para trastocarlo todo. A mí me pasa igual, pero al revés: elijo mis amistades, pero estas cada vez me dicen menos, son más insípidas, y el hallazgo de una amistad imaginaria, fuera de todo contexto, sin puntos que aclarar, sólo con la verdad de lo que nos mueve y hace latir como tema para hablar y jugar, me vuelven un Sawyer cuarentón, algo sórdido y patético, pero también por ello, algo vivo, algo real al fin. Porque es muy real, más real, la vida con un amigo imaginario. Por eso los niños los tienen, para suplir la falta de brillo y dicha que habita las horas grises en que todo quiere silenciarlos, sacudirlos de su trance de felicidad eterna. Los niños son puros, totales, no hay más que tocarles la piel y luego comparar con la nuestra para saberlo. Y yo, que ya no soy un niño, hay que reconocerlo, sólo puedo aspirar a ser un Jim que huye, acompañado de Huck, en pos de una libertad perdida. Una balsa, el Missisipi, y el horizonte de los sueños rotos alejándose.

     Mientras mi hijo duerme yo hablo con su amigo imaginario, vamos intimando, me aniña el rostro. Y cuanto mi hijo está en el cole, le pongo a él los dibujos que normalmente están vetados, dijo tacos, y hablamos desnuda y francamente de la vida, sin velos ni corazas que traten de protegerlo del dolor, sin paños calientes para las aristas cortantes de la vida.
     Probablemente un día, por esas cosas raras de la vida - lo inefable del crecer para estar cada día más perdido entre la nada y la multitud - mi hijo entre en mi cuarto y me sorprenda jugando con su amigo imaginario. ¿Le tocaría entonces a él salir discretamente para dejarme a solas con su intermediario con el mundo? No, no me parece justo algo así. Tuve mi oportunidad, tuve una infancia. Sí, la tuve. Y fue buena, completa, llena de aventura, dolor, alegría y sufrimiento, descubrimiento y aborrecibles horas de imposición que parecían matarme el nervio vivo del alma.
     Ahora la soledad. No más amigos imaginarios.
     Le robamos a nuestros hijos el dolor, el sufrimiento,  hasta el aburrimiento. Somos incapaces de administrarle la pura realidad. Y tal vez esté bien hacerlo. Son niños. Tal vez sobre en la infancia, después de todo, el dolor, el sufrimiento, el zarandeo de nuestra inocencia por la fiera violenta que habita en los otros. Todo ese terror te inflama la imaginación, rumias de por vida palabras incomprensibles y preguntas sin respuesta. Tal vez por eso un padre se levanta en la noche a mear y sueña en la duermevela con robarle el amigo imaginario a su hijo. Igual él sí tiene respuestas para todo esto. La vida, digo.

      Las dos caras de la infancia y su final: No comprender el mundo y lo que este nos hace.

   
      Subvertir el mundo, desordenándolo todo:


4 comentarios:

  1. Qué idea tan genial y divertida. Hacerse amigo del amigo imaginario de tu hijo. Me has seducido con ella y cómo la has escrito. Enhorabuena.

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  2. Sin ánimos de peloteos ni nada de eso, este escrito me ha encantado. La mezcla entre lo que es el mundo de un escritor y el amigo imaginario de su hijo lo que eso podria dar lugar, es de una belleza super.
    Mi hija tiene un amigo imaginario, y a veces he querido entrar en sus juegos, pero ella se lo reserva también para su intimidad.
    Laura Maria

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  3. Tiene usted aquí un magnífico relato por desarrollar. El mundo de los amigos imaginarios tiene mucho que sugerirnos. Imaginar que se tiene un amigo imaginario, e imaginar cómo sería, es el colmo del tirabuzón. Sólo un escritor haría una cosa así.

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  4. Joder que maravillosa historia. Estoy de acuerdo en que podría convertirse en un relato increíble, ya están esbozados muchos temas. Pero sea un relato o no me gusta la reflexión sobre esta vida, y como toda excusa es poca y se comprende para escapar de ella. Finalmente, no queda otra.
    La única pega que le pongo es que debía ser más largo, extenderse más. Está demasiado concentrado, duele tanta belleza acabando nada más empezar.
    Los comentarios sobre la infancia y el ser padre me parecen muy fuertes, muy contundentes y geniales también.
    Estos relatos son lo mejor del blog, en mi opinión.

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