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sábado, 10 de diciembre de 2011

EL AGUJERO NEGRO DE LA ESCRITURA (LOCURA Y HACHA KAFKIANA)

      De Kafka es una de mis citas favoritas, recurrentes: "Un escritor que no escribe es un monstruo que invita a la locura". Pero al igual que hicieron sus traductores con sus textos - según Kundera - me atrevo a enmendarle la plana, corregirle sútilmente la sentencia: Es el escritor que no escribe el que desciende peldaño a peldaño el camino de la locura, del propio infierno. Ignoro si Kafka sabía ya eso - seguramente sí - y dio un paso más: esos escritores a lo Bartleby nos llevan de la mano de una manera profunda y subyugadora, nos arrastran con una fuerza que no han sabido depositar en texto alguno.
     En todo caso, no sé, y esta vez me inclino por el no, si Kafka al pensar en todo esto coincidía conmigo en lo que a locuras se refiere. Últimamente las mías son abdicar en el mal gusto, la melancolía, y una especie de paroxismo de la quietud a la espera de caerme dentro de la próxima novela que quiero escribir. Así, ahora, madrugada del viernes al sábado, oyendo "Take my breath away" (sí, es lamentable, ¿y qué?) sólo siento ese vórtice doloroso de mis cuarenta años. No me pesa lo no vivido, o las equivocaciones, ni patatín, ni patatán. Es sólo que la vida es muy corta, coño. Yo, por ejemplo, ya he dado la vuelta a la esquina, veo mucha gente de espalda que antes veía de frente, o al revés, que también vale así la metáfora.
     En fin, como locura, es bastante normalita. Las he tenido peores, mucho peores, cuando escribía y leía sin parar y habitaba en una zona oscura de la que ahora sólo me llegan débiles señales.
     Pasa el tiempo, leo, pienso (poco), avanzo dejando un rastro, una estela de vahos, sudores, algo de sangre y alegría, mucho de rabía, de apretar los dientes. La novela no me llega. 

     La escritura tiene alguna similitud, ahora que lo pienso, con algo que me apasionó hasta la locura - esta una vez más, siempre acechando - en mi adolescencia y juventud: la astronomía, el universo, las estrellas, más concretamente. Porque yo de joven no quería saber nada de la literatura seria y sólo iba de la divulgación científica a relatos a menudo mal redactados en los que Clarke, Asimov - mi adorado Asimov, tenía su libro del universo tan manoseado que se te ponían las manos aceitosas al tocarlo -, Lem y otros desgranaban un mundo que ni era ni será este. Un escritor, en ese escenario del espacio, se halla de viaje en el vacío interestelar, perdido en una supuesta materia oscura de la que poco sabe. Aquí y allí divisa galaxias, Quásares, su cabeza hierve de vez en cuando y una estrella le nace entre las sienes. 
     
     Las estrellas tienen toda una jerarquía, no vayan a pensar, tal vez no lo sepan. Así las ideas que alumbra un escritor no cuajan casi nunca en una novela, se quedan sólo en el terreno de lo posible, de la ocurrencia, a menudo. Enanas marrón, soles amarilos, gigantes rojas de poca densidad y calor... Tarde o temprano - confiémos en que sea así, una de estas centrales de fusión nuclear acaba por colapsar y todo cae sobre ella. La vida del escritor entonces converge por completo hacia esa idea. Cada detalle puede servir, y a menudo sirve. Todo lo demás es como un sueño, algo que apenas te roza: ha aparecido el agujero negro, llega la novela, tienes que escribir. Mientras estás en él sabes poco del exterior, su fuerza te mantiene dentro, es una singularidad, aquí nada vale, aquí vale todo, no hay más. Si por algún sortilegio que la física no explica ni admite, escapas, el agujero negro se pierde. Sabes que está ahí, puedes colegir su presencia por el hueco, la atracción se lo tragó todo a su alrededor, pero no puedes acceder otra vez al interior. Esa es la volatilidad de la escritura, ese agujero es el que espero mientras oigo canciones de mierda y remastico la brevedad de la vida, sin amargura ni drama, un viernes de madrugada.

     Una novela, sí, escribir una novela. Kafka también dijo, por cierto - y acabo -: un libro ha de ser un hacha para el mar helado que alberga nuestras cabezas. A mí me cuesta últimamente que me abran la cabeza así, no sé si es cosa mía - los años tal vez espesan el hielo para proteger nuestro caletre - o es que sólo me llegan libros sin afilar. Tal vez es cuestión de suerte, de acierto, o de momento vital. Cuando casi sólo leía ciencia ficción me cayó en las manos un libro desconocido escrito por un desconocido - para mi -: Lolita. Su comienzo me resultó tan impactante que sentí algo kafkiano, como si un líquido frío hasta doler se derramara por mis sienes helándome el pecho y la espalda. Lo leí dos veces seguida, tratando de entender aquella escritura tan diferente a lo que yo conocía, difícil, sí, pero con una belleza y un poder sobre mí que nunca había conocido. Aquel libro me puso en órbita. Aunque entonces aún no buscaba agujeros negros, como ahora, sólo quería luz y el placentero dolor de sentir el mar helado de la prisión en que andaba derramándose una vez más frío por mi cuerpo, bajo el golpe del lomo de otro libro.

7 comentarios:

  1. Es interesante conocer qué pasa con los escritores en esos tiempos en los que no escriben. En qué emplean su tiempo cuando aún no han empezado una nueva obra, o si es que tratan de empezar una tal y como terminan otra para evitar esa travesía de la que hablas.
    Creo que es ese espacio mítico del tiempo en el que el escritor trata de que una historia le llega lo que los hace tan misteriosos.
    Josefina.

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  2. Viendo estas dos cita se comprende la obra de Kafka y por qué tuvo la importancia que tuvo no sólo en la literatura, sino en los escritores.
    La metáfora del agujero negro es interesante, nos lleva a ese conocido aislamiento del escritor sumergido en su obra, el escritor en su torre, ausente. Es como si un escritor necesitara desconectar de todo para poder dar algo de sí.
    Igualmente, es preciso abrir la mirada y en ello juega un papel principal la vida y la lectura, por eso me parece acertadísimo su cierre con el recuerdo de una obra que supuso un mazaso que rompe con la realidad.
    Felicidades.

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  3. He llegado a este artículo por las estrellas que comenta. Como astrofísico me interesan estas analogías entre ciencia y arte, entre la naturaleza y la cultura. La naturaleza imita al arte, o viceversa, que se decía.Definitivamente, ciencia y arte no son compartimentos estancos, se relacionan. Y es un misterio como procedimientos tan distintos para conconer pueden llegar a conclusiones tan similares.

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  4. Me ha parecido que su artículo es brillante. Con una narración algo invertida, muy original en la forma de mezclar ciencia y arte, y partiendo de la no escritura para acabar con un posible origen de la vocación literaria. ¡Sublime! Me ha emocionado mucho pensando en aquellos tiempos en los que soñaba con ser escritora. ¡Gracias!

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  5. Interesante comparación: la obsesión por una obra o un tema es equivalente a ese fenómeno tan extraño que es un agujero negro.
    No sé, pero creo que hay obras que son agujeros negros también para los lectores. Te atrapan y atraen con una fuerza tremenda, te absorben. Supongo que la misma categoría que para el escritor en sus ideas creativas, existe para el lector al encontrarse con las obras. Muchas, no son más que un meteorito breve e insignificante, otras el centro de tu vida durante mucho tiempo, incluso pueden modificarla

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  6. Premisas: La realidad es sorda a nuestras preguntas.
    Todos los escritores están locos.
    La cordura asume lo dado como real, lo extraño como un error.
    Conclusión:
    La locura de los escritores es la respuesta a la realidad más radicalmente profunda y subversiva.

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  7. Pues un escritor que escribe como Kafka, si invita a la locura, más bien la devela.
    Su alma seguro que deambuló en el horizonte de sucesos. Y se sintió un puente. El solo cuenta lo que el alma vivió y que por un azar; lo recuerda.

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