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martes, 7 de mayo de 2013

HÁBLAME, COMO YO TE HABLO, AL FIN.



        Quiero escribirte a ti, a ti, para quien antes eran casi todas mis palabras, todos mis designios eran una lucha contra ti, a contrapelo contigo. No hice otra cosa que friccionarme con la realidad, no otra que erosionar mi piel con el vértigo de los días dejando que estos se aquietaran un instante con mucho esfuerzo, dándoles el mejor de mis susurros, dejando el alma en ello para aspirar ese aroma fresco de la quietud, poder sentir que era real, que estoy vivo, que todo está pasando, aquí y ahora.

    Te escribía muchas veces, sin saberlo, a todas horas, en cualquier momento. Al principio en servilletas, sobre una carpeta, con rotulador sobre un papel lleno de letras que trataban de fundirse a mi mensaje, en el antebrazo, una vez en la espalda de mi amor, otra en la yema de un dedo – con tinta, al final un borrón, lo más bello que compuse -, también en la arena de la orilla – donde también se borraba la frase sin que nadie la leyera –, y por supuesto en una corteza de árbol, una pared encalada, una hoja sepia o en el pétalo de un gladiolo que se secó y quebró dándome un crujido como eco en el pecho.

Hasta que más tarde me entregué al repiqueteo y esta ebriedad del teclado y el parpadeo. Con el ordenador, no me di cuenta al principio, los primeros años; descubrí claramente que era lo escrito lo que me hablaba a mí y que realmente muy a menudo, sobre todo en estos escritos de tú a tú, no sabía qué estaba escribiendo muy bien, qué era lo que tenía que decir. Claro, era el texto el que me decía, no yo. Pero igual seguí escribiendo. Nunca muy seguido, jamás con ningún tipo de método. El único método que he seguido es dejar que se abra la herida y mane sangre hasta quedarse sin fuerzas y formarse una costra de lacre agrietado que me dolía a morir. Luego, otro día, el lacre saltaba y volvía a salirme otra carta para ti, para ti, demonio.




          No sé cuántas letras, cuántas frases, cuantos mensajes habré enviado; siempre desde mi más pura y estricta soledad, siempre o casi siempre en la noche. A veces era de día vale, pero como la noche, cerrada, negra, silenciosa, llena en otras ocasiones de mil canciones y mil nanas que encontraba para tratar inútilmente de abrigar mi fría soledad, mi corazón helado que latía y se quebraba como el cristal frío al contacto con una lágrima que hierve.

          Y a ratos, me iba, tal vez me perdía, creo que me iba sin más. Porque tenía que descansar de ti, porque tengo que alejarme de ti, poner tierra y palabras de por medio. Si palabras una vez más, siempre palabras, y siempre dar largos paseos y apasionarme por algo y exprimirlo hasta obtener la última gota que contuviera. No lo sabía, ¿lo saben ustedes?, el corazón no es sino un músculo que exprime, el corazón helicoidal no es sino una fregona que recoge nuestra sangre y la regresa una y otra vez. Va, limpia, vuelve, va, limpia, vuelve.

         Pero siempre, inevitablemente, vuelvo a ti, no me queda otra, pues eres - pura y pesada realidad como un metal al frío - lo único que de verdad tengo. Y vuelvo, sí, y te abofeteo, te acaricio, y te miro y veo cosas que no me gustan, no me gustan nada, esto es así. Pero he aprendido a quererte, a estar contigo, a cubrirme con tu piel y sentir calor y sonreír en mi más pura y estricta soledad, contigo. Nuestros corazones laten cada vez más al unísono, y me siento bien en tu piel. Así que cada vez más somos uno. Tal vez a fuerza de escribirte me he encontrado y reconozco en esa figura y ese mirar triste que de pronto brilla y quiere matar la vida a pulso, con cada latido. Beber perdiendo por las comisuras, apresurarse o degustar en calma, con cada papila, estar en ti, como tú estás en mí, y te ríes y eres amable con mi locura y mis frases y mi pasión y mi bestia negra y mi bondad agreste y mi incapacidad para estar quieto dentro tuya. Mi miseria, mi aburrimiento en los detalles, mi inutilidad, mi desajuste, mi incompetencia, mi falta de ritmo para con la vida y sus quehaceres, mi entretenimiento secreto.

        Así que tal vez seamos, o casi, una pareja bien avenida tú y yo. Después de todo, es este el cuerpo que tenemos, para habitar tú, yo y otros que no nombro, y somos ese al que todos nombran, y confunden con uno y creen, que es coherente, que es claro, y que tiene claro qué significa este mundo y nuestra extraña existencia. Pero no, nada de eso es cierto, y ni yo ni nadie tenemos claro nada, ni nada es coherente, o no lo suficiente para mi ansía de que lo sea. Y no importa, qué más da, esto es la vida, apúrate, trágatela, es todo lo que tienes.


4 comentarios:

  1. Qué fuerte.
    Tío, he leído esto y no te conozco, pero macho, eres un escritor de raza con dos pares de cojones.
    Casi estoy temblando y tengo ganas de mandarte a la mierda por escribir esto y que tenga que ver conmigo. Me afecta.
    Pero no te mando a la mierda, para nada.
    Sin mariconadas ni falsedades, quisiera darte un abrazo.

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  2. El texto es sobrecogedor, está lleno de verdad pura. Me fascina la capacidad que tiene para afectar al lector y que mire a sus visceras. Y en esa fuerza es un hallazgo el encuentro.

    Te felicito por tu blog y te sigo.

    Lola M.

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  3. Y tan cierto Paco....no tenemos claro nada, ni lo tendremos nunca. Quizá sea esa la gracia de la vida, lo incierto, la sorpresa.
    Nos va llegando la madurez y con ella esa calma que nos deja apreciarla, la vida, lo veo en ti y en el transcurso de los años con todo y me gusta como la llevas y lo que transmites, de verdad.
    Tu pasión al escribir es magnífica, envuelve, y consigues llegar fondo, con la intensidad que te caracteriza desde siempre, desde niño.
    Sólo me queda felicitarte por tu blog, y agradecerte esas palabras que conmueven y nos llegan, e iluminan algunos días de forma maravillosa, y esto lo haces sentir tu, con tu arte, no pares.

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