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sábado, 28 de diciembre de 2013

DIME QUE ME QUIERES



-          Su juguete está agotado, en todas partes – me dice el encargado.

Igualito que yo, pienso, lo mismo. Pero es mentira. He leído a Jesús Ferrero y dice que no construyamos una vida de pesadilla, no establezcamos guiones de drama y lágrimas para nosotros. Vale Jesús, lo he captado, estás hablando de mí.


No estoy agotado, no en todas partes, no todo mi ser. Hay días que me levanto de la cama y sale el sol antes de subir las persianas. Soy yo, ilumino mi habitación y siento energías en mí para comerme el mundo. Hay días que soy un niño, pero soy un niño de verdad eh?, un niño que ríe y sueña con estrellas y juegos absurdos, un niño inocente y frágil que se mece con el viento y las horas en sus juegos y fantasías. Tengo 44 años, y no he perdido del todo la inocencia. Tal vez sea un inconsciente, después de todo, después de tanto pensar y cavilar, un millón de horas desentrañando líneas en las que creí que iba a encontrar respuestas a esa sombra en mi mirada, y al final, como todos, sólo quiero vivir, amar, y ser amado.


                Las palabras siguen teniendo un enorme poder sobre mí, me transforman, me acunan, me llenan o me dejan terriblemente vacío. No temo al silencio, sino a tus palabras silenciosas, esas que no dicen nada de ti, que no dicen nada de mí, esas que nos van dejando huecos, como siluetas de algo en lo que ya no nos identificamos para nada. Al final de los tópicos y las frases hueras llega el vacío absoluto y la inanidad. Fin. Pon corazón y coraje en tus palabras, desnúdate. El otro día una chica me dijo: no es justo que te desnudes tanto pero luego no puedan tocarte. Esas son las palabras que quiero, que busco, que ansío. Dame una frase que me llegue, dame una palabra que me hiera porque me desvela o me alumbra, dame algo de verdad que pueda llevarme a la boca.

                Soy un hombre de palabras, nada nuevo con esto entonces, pero tal vez más, nunca hice hincapié en ello, soy un hombre de imágenes, de instantes, de fugaces relámpagos entre dos nadas que la vida nos otorga. Y recuerdo esa mirada, aquel gesto, ese momento. Quedan impresos en mí, no sé si para siempre, o emborronándose con el paso del tiempo. Pero su color, esa luz, da calor a mi corazón.


                Y soy un fauno, también, que quiere retirarse a los bosques y retozar entre las hojas con una niña grande y capaz de reír hasta partir en dos la losa gris plomo del cielo y que se derrita el azul oscuro de lo profundo sobre nosotros. Puedo retirarme a los bosques, si quiero, y saltar entre las piedras del río, niña mala, buscándote seas quien seas. Eso sí, llevaré siempre a mi alma de la mano. No soy nadie sin alma.

                En realidad, soy un hombre, lleno de vida, miseria, dolor, alegría, inteligencia y egoísmo; un hombre, con sus mil matices. Antes necesitaba diferenciarme y así podía ver mi identidad, sin embargo, el dolor me ha llevado al camino inverso, y ahora busco y me reconozco en aquello que nos une y nos lleva al abrazo y la mirada abierta. Casi siempre, ahí siento alejarme de Ferrero, es el dolor. Nos reconocemos muy fácilmente en el dolor. Pero dame tu mano y caminemos a otro sitio, acompañándonos, conversando, tratando de no estar tan solos y al mismo tiempo, dándonos de bruces con esa infinita alegría, esa de tus ojos en los míos, amigo, amiga, que dura apenas un segundo, pero me vale para seguir viviendo a tu lado.

                Creo que estamos hechos para amarnos, para permanecer unidos y ayudarnos, para compartir, para tocarnos y fundirnos a ratos. Creo eso, no me da vergüenza escribirlo, ni equivocarme con ello. Algo se estropeó en esta cultura, en esta historia, pero de tú a tú todos sentimos algo así a menudo, me parece.

                Así que dime que me quieres, aquí estoy. 


(Dedicado a J.M., capaz de irradiar tanto amor y amistad, ser honesto, y desnudarse a cada minuto para mostrar heridas y hermosos tatuajes que la vida le ha ido dejando. Gracias, desde lo más profundo de mi corazón, por quererme).


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