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lunes, 23 de diciembre de 2013

PALMERAS SIN SOL (Feliz Navidad)



    Comemos en la ronda capuchinos, Hermanos Gómez, todo casero. Y siempre acedias, que limpio de rebozado y piel, para dejar los filetitos blancos, brillantes, mielosos y humeantes sobre el plato para que mi alma los engulla uno a uno.
Los coches circulan y las piedras de la muralla se amontonan unas sobre otras, resistiendo.
No me gusta dibujar, nunca se me dio. Antes de los platos cogimos ambos una cuartilla cuadriculada e hicimos un dibujo. Inopinadamente, me salieron unas palmeras muy juntitas, sus ramas disparadas como luces verdes, plantadas en los cuadrados del papel sin más.

-          ¿Por qué dibujas palmeras? – Me dice mi alma. – Es invierno.
Apenas si tengo tiempo de mirar atrás, tan rápido creces. Ahora ya mi vida junto a ti me parecen instantáneas de una película que me da miedo no entender. El argumento, la historia, es maravilloso, pero a cada rato se detiene la proyección. Sé que no es real, que el tiempo escapa a todos, y que hay segundos luminosos que contienen los tres primeros minutos del universo, segundos de gloria y don, hay – sí – momentos que por sí sólo otorgan un sentido a nuestra vida. Y que ésta, nuestra vida, es tan rica que podemos disfrutar de muchos de estos instantes. Vale. Sé todo esto, pero estoy ávido de ti, y quiero cansarme, quiero gritar de hastío y abominar de tu pesadez.
      Luego está esta losa de la soledad. Esta soledad que no es mía, que es de todos. Esta soledad que hay que asumir, que hay que paladear, hay que escarbar en esta soledad hasta dar con la roca madre, hasta encontrar el magma tibio en el fondo que nos abrigue, que nos dé un calor que nadie puede darnos.  Porque hay días en que sinceramente, miro a mi alrededor y sólo veo ruina, sólo encuentro historias rotas, palabras inconclusas, lágrimas sin sal, voces pequeñas sin ánimo para acabar el día. Hay días así, y los veo en mí y a mi alrededor, y la pesadumbre de los que amo y necesito, el dolor o el hastío de quienes habitan mi corazón, me lastima y acelera mi pulso. Días en que por más que levanto mis hombros y sigo caminando, siendo la espalda muy cargada.
       Seré prepotente, seré sincero, seré claro: me siento fuerte, me siento seguro. Por algún motivo, y por muy paradójico que sea, siento esa fuerza en mí, siento mi mirada que me acompaña, mi mirada que he cuidado y afinado estos cuarenta y cuatro años. Mi mirada miope, torpe, ilusa; mi mirada que trata de ahondar y comprender el fondo de aquello que a veces se transforma en figuras que no reconozco. Extraña paradoja, comprender o creer que se comprende el fondo y la esencia de alguien, pero para entonces no saber muy bien quién es ya ese alguien. Aquí la vida se convierte en un juego en el que a cada tanto se barren las piezas del tablero para empezar una nueva partida.
        Y sí, me siento fuerte, seguro, a menudo. Pero también sólo, también en mi alegría hay pesar y tristeza, y por momentos, no alcanzo a ver el sentido de este teatro. No es que la vida no tenga sentido, para nada, y una mierda. La vida está llena de sentido, sólo tengo que mirar a mi alma chupando la cuchara para no dejar nada del caramelo líquido del postre, sólo tengo que mirar mis palmeras y las piedras centenarias que agazapadas dejan correr el tiempo entre sus huecos, como aire que nada lleva. Tan sólo tengo que dejar que mi imaginación vuele hasta la piel de arena que mi mano desea acariciar. La vida está llena de sentido, de luz y sabor. Es sólo que algo estamos haciendo con ella para acabar así.
       Cuánta obviedad. Y ahora, qué haremos con los días y las horas. Seguir adelante, por supuesto, porque pronto, a la vuelta de la esquina, nos espera un segundo luminoso, ahí mismo está esa sonrisa, ese beso, el roce de su piel, la risa y el mirar de mi alma. Todas las palabras de mi alma, por ejemplo, me hacen morir y renacer cuando me habla con el corazón.
Esos instantes, esos segundos, son cómo carboncillos que caen en nuestro tímido fuego…y crepita nuestra existencia con ellos.
Más que suficiente.
-          ¿Por qué palmeras, ahora? – dice mi alma.
-          Esperan a que salga el sol, a que llegue el verano – le digo.

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