A
veces hay que caer hasta el fondo del todo, sentir tu piel pegada y en íntimo y
brutal contacto con el suelo, a veces no hay otra que caer y de pronto notar
como si la última capa de realidad entre tú y tu vida se fundiese para
envolverte, acogerte. Con frío, sí, con dolor y total rudeza. Hasta que no te
ocurre no lo comprendes, no está dentro de ti, y cuando pasa, entonces lo
sabes. No es que a veces tenga que ser esta la forma, sino que es la única.
Pero mientras, la vida pasa, y
tratas de mecerte con su dulce aliento. Es un aliento compuesto, difícil, un
aliento de resaca, un aliento de besos, lengua y más besos, y finalmente un
golpe seco de labios que se extrañan, como si dos pieles curtidas chocaran
buscando amor, pero ya no hay nada que encontrar ahí. Y sin embargo, todo está
a la vuelta de la esquina y ese tam tam de bocas tristes y sin lustre apela a
la memoria y el amor, a la calidez de la piel que obedecía al otro como si
fuera su amo. Al fin y al cabo, no eres capaz de reconocer tu piel hasta que la
toca alguien que amas, y entonces, con esa huella extraña apelando a mil
sensaciones, te conviertes y se muda el tiempo. Amar es un fluir y por un
segundo, nos hace inmortales y supremos. Luego, todo es decepción, memoria o la
ternura del recuerdo. Pero siempre, vale la pena. What else?
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