Aunque debería decir cómo no escribir, que es lo que principalmente hago. Y no me refiero a que no escriba y ya está, sino que al igual que Wittgenstein dice que toda su obra se compone de lo escrito – una pequeña parte – y de lo no escrito – siendo esta la más importante y extensa obra que deja; igualmente yo pongo todas mis energías, vida y hasta lo que no tengo en el ingente esfuerzo que supone estar sin escribir sabiendo que lo único que quieres hacer es precisamente eso, escribir. Pero no es posible.
Me manda mi amigo Gabriel un artículo suyo, una biografía de ideas, publicado en FILOSOFÍA HOY. Es un buen trabajo, como si Russell hiciera un trabajo de bachillerato condensado en una cuartilla. Precisión de ideas, brevedad de exposición.

En estas estaba cuando recuerdo mi novela, esa que no escribo, y que trata de un escritor que escribe obras que cambian la realidad, la transforman literalmente, tiene un efecto físico en el mundo. No digo más. Me gustan estas obras. Precisamente ayer, en solodelibros, comentaba a raíz de una sinopsis crítica del último libro de Isaac Rosa (“La mano invisible) que me gustan esos libros donde se altera un elemento de la realidad y a continuación el escritor pasa a investigar qué ocurre con esta. Ejemplo: Ensayo sobre la ceguera (su título ya es una declaración de principios): todo el mundo se queda ciego. ¿Qué ocurriría con la humanidad?
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La invención de Morel inspiró LOST |
El caso es que todo esto tiene mucho que ver con Wittgenstein, que llega en la noche de la mano de mi amigo. Este autor habla en un lenguaje hermético y fácil de malinterpretar (cosa que a mí como escritor no me importa hacer) de lenguajes, realidades, y lo posible. Todo lo que pensamos o decimos es posible, dice el filósofo. Qué bien me viene esta frase para mi novela, pienso. Resulta que encuentro en Wittgenstein una verdadera cantera para justificar lo que en mi historia pasa. Es como si el autor de esas obras misteriosas que cambian el mundo hubiera encontrado la forma de decir aquello de lo que, según Wittgenstein, era mejor callar. Aquello que no puede decirse, en mi novela se dice y por tanto se hace real (esto va a ir tal que así en la novela, palabra). Con razón dicen que la única filosofía a partir de Wittgenstein, que solucionó todos los problemas de esta disciplina, es la literatura.
Redondo. Ahí le has dado, pienso. Muy bien, tío.- Y ya es casi como si estuviera otra vez en la brecha. Es lo que tiene esto. Te descuidas y ya estás medio escribiendo. Aunque para hacer esta argumentación haya tenido que dar todas estas vueltas.
Todavía tengo que decidir que Wittgenstein me conviene más, claro. Si el primero, con su lenguaje objetivo, designativo, real por así decir. O el segundo, más cercano, con sus juegos de lenguaje, la imposibilidad de los lenguajes privados, los contextos. O los dos, qué leches. Para los escritores no hay contradicciones, todo es uno y lo mismo, me digo tergiversando a Heráclito.
Por estos malditos meandros es por los que un escritor ha de estar abierto a todo, leer las reseñas de los amigos, los comentarios de libros que no conoce, marearse con mil y una cosas que en principio no le llevarán a nada. Hasta que de pronto aparece la pepita de oro. Por eso los escritores, como dice Antolín Rato, se pierden en discusiones bizantinas en las ferreterías o se quedan exhaustos tras un paseo por el mercado del pueblo.
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Escritor in progress |
Había un programa de Redes (no pienso buscarlo) en el que una doctora hablaba a la extrañamente algodonosa cabeza del Punset acerca de lo similares que son los procesos de investigar y de crear. No se ha reflexionado bastante sobre esto, decía, pero creadores artísticos y científicos comparten muchísimas experiencias, métodos y resultados cuando crean o investigan, respectivamente. No entendí ni pío, claro. Pero meses después, mientras escribía otra novela inconclusa (soy un experto, créanme), descubría a cada capítulo un problema nuevo, otra dificultad. Aquí tenía que encontrar la voz para otro personaje. Allí había que escribir una pelea como en una comedia televisiva. Luego había que intercalar tres voces en un mismo capítulo. Así que me levantaba de la cena y ganas me daban, recordando a la doctora, de enfundarme mi bata blanca y con la taza de porcelana - donde aparece borrosa la frase citada de Wittgenstein – dirigirme a mi laboratorio-despacho en la torre para proseguir con mi creación, mi particular Frankenstein, mi creación a partir de mil retales inconexos.
Suerte que esta idea de Wittgenstein ha aparecido mucho después de tener la temática de esta novela. Al tratarse de una novela con cierto corte policial (pero es en la superficie), mezclado con la metaliteratura (o la literatura sin metas,je, je); citar ahora este filósofo me recordaría demasiado – aunque nada tengan que ver – a la divertida y banal novela Una investigación filosófica, de Kerr. Pero la mía es algo mucho más enrevesado, complejo, lúdico y metafísico, pretencioso (Arty, incluso). La mía no existe, de hecho, y probablemente nunca lo haga, si sigo hablando de ella en lugar de escribirla. Ciao.