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martes, 25 de octubre de 2011

TRACTATUS LITERARIO O CÓMO ESCRIBIR


     Aunque debería decir cómo no escribir, que es lo que principalmente hago. Y no me refiero a que no escriba y ya está, sino que al igual que Wittgenstein dice que toda su obra se compone de lo escrito – una pequeña parte – y de lo no escrito – siendo esta la más importante y extensa obra que deja; igualmente yo pongo todas mis energías, vida y hasta lo que no tengo en el ingente esfuerzo que supone estar sin escribir sabiendo que lo único que quieres hacer es precisamente eso, escribir. Pero no es posible.
     Me manda mi amigo Gabriel un artículo suyo, una biografía de ideas, publicado en FILOSOFÍA HOY. Es un buen trabajo, como si Russell hiciera un trabajo de bachillerato condensado en una cuartilla. Precisión de ideas, brevedad de exposición.

     Un verdadero amigo es como una novia adolescente, y lo único que quiere es sacarle los puntos negros a sus compañeros, iluminarle las peores frases, las ideas más banales. Así que me pongo en marcha y leo un poco sobre Wittgenstein por ahí para acribillarle. Todo el tiempo, desde que recibí su correo, tengo en mente una frase de este autor que me hechizó, hasta el punto de que acabé por conseguir una taza con esa máxima: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi conocimiento”. Así se las gastaba Ludwig. Nada de cócteles ni despilfarros de niño de millonario. Claramente era un rarito.
     En estas estaba cuando recuerdo mi novela, esa que no escribo, y que trata de un escritor que escribe obras que cambian la realidad, la transforman literalmente, tiene un efecto físico en el mundo. No digo más. Me gustan estas obras. Precisamente ayer, en solodelibros, comentaba a raíz de una sinopsis crítica del último libro de Isaac Rosa (“La mano invisible) que me gustan esos libros donde se altera un elemento de la realidad y a continuación el escritor pasa a investigar qué ocurre con esta. Ejemplo: Ensayo sobre la ceguera (su título ya es una declaración de principios): todo el mundo se queda ciego. ¿Qué ocurriría con la humanidad?
La invención de Morel inspiró LOST
     Tal y como termino de comentar esto caigo en la cuenta de que mi novela pertenece a un subgénero de estas, o a un género antinómico: obras que tratan de cómo la literatura se infiltra en la realidad, o aparece de lleno en esta, para a continuación ver qué pasa. El ejemplo por antonomasia es El Quijote (aunque, como diremos siempre, esta obra es mucho más). Un ejemplo extrañísimo y sublime de interrupción de la fantasía y el relato en la realidad es La invención de Morel. Maravilloso.

     El caso es que todo esto tiene mucho que ver con Wittgenstein, que llega en la noche de la mano de mi amigo. Este autor habla en un lenguaje hermético y fácil de malinterpretar (cosa que a mí como escritor no me importa hacer) de lenguajes, realidades, y lo posible. Todo lo que pensamos o decimos es posible, dice el filósofo. Qué bien me viene esta frase para mi novela, pienso. Resulta que encuentro en Wittgenstein una verdadera cantera para justificar lo que en mi historia pasa. Es como si el autor de esas obras misteriosas que cambian el mundo hubiera encontrado la forma de decir aquello de lo que, según Wittgenstein, era mejor callar. Aquello que no puede decirse, en mi novela se dice y por tanto se hace real (esto va a ir tal que así en la novela, palabra). Con razón dicen que la única filosofía a partir de Wittgenstein, que solucionó todos los problemas de esta disciplina, es la literatura.
     Redondo. Ahí le has dado, pienso. Muy bien, tío.- Y ya es casi como si estuviera otra vez en la brecha. Es lo que tiene esto. Te descuidas y ya estás medio escribiendo. Aunque para hacer esta argumentación haya tenido que dar todas estas vueltas.
     Todavía tengo que decidir que Wittgenstein me conviene más, claro. Si el primero, con su lenguaje objetivo, designativo, real por así decir. O el segundo, más cercano, con sus juegos de lenguaje, la imposibilidad de los lenguajes privados, los contextos. O los dos, qué leches. Para los escritores no hay contradicciones, todo es uno y lo mismo, me digo tergiversando a Heráclito.
     Por estos malditos meandros es por los que un escritor ha de estar abierto a todo, leer las reseñas de los amigos, los comentarios de libros que no conoce, marearse con mil y una cosas que en principio no le llevarán a nada. Hasta que de pronto aparece la pepita de oro. Por eso los escritores, como dice Antolín Rato, se pierden en discusiones bizantinas en las ferreterías o se quedan exhaustos tras un paseo por el mercado del pueblo.

Escritor in progress
     Había un programa de Redes (no pienso buscarlo) en el que una doctora hablaba a la extrañamente algodonosa cabeza del Punset acerca de lo similares que son los procesos de investigar y de crear. No se ha reflexionado bastante sobre esto, decía, pero creadores artísticos y científicos comparten muchísimas experiencias, métodos y resultados cuando crean o investigan, respectivamente. No entendí ni pío, claro. Pero meses después, mientras escribía otra novela inconclusa (soy un experto, créanme), descubría a cada capítulo un problema nuevo, otra dificultad. Aquí tenía que encontrar la voz para otro personaje. Allí había que escribir una pelea como en una comedia televisiva. Luego había que intercalar tres voces en un mismo capítulo. Así que me levantaba de la cena y ganas me daban, recordando a la doctora, de enfundarme mi bata blanca y con la taza de porcelana - donde aparece borrosa la frase citada de Wittgenstein – dirigirme a mi laboratorio-despacho en la torre para proseguir con mi creación, mi particular Frankenstein, mi creación a partir de mil retales inconexos.
 
     Suerte que esta idea de Wittgenstein ha aparecido mucho después de tener la temática de esta novela. Al tratarse de una novela con cierto corte policial (pero es en la superficie), mezclado con la metaliteratura (o la literatura sin metas,je, je); citar ahora este filósofo me recordaría demasiado – aunque nada tengan que ver – a la divertida y banal novela Una investigación filosófica, de Kerr. Pero la mía es algo mucho más enrevesado, complejo, lúdico y metafísico, pretencioso (Arty, incluso). La mía no existe, de hecho, y probablemente nunca lo haga, si sigo hablando de ella en lugar de escribirla. Ciao.

5 comentarios:

  1. No comprendo qué quiere decir usted al referirse a una novela que translada la literatura a la realidad. No veo eso en el Quijote, sino locura y una visión distorsionada por los libros. La invención de Morel es un ardid ingeniosísimo. Pero tampoco veo la literatura en la realidad con él.
    El texto de Manuel Vicent es magnífico.

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  2. Amigo anónimo, es una propuesta de visión. Don Quijote podría encarnar esas novelas, y de la confrontación de esos dos mundos surge mucha de la magia y grandeza de esa maravillosa novela. ¿Está tan distorsionada la visión de Don Quijote? Es un tópico. La ficción de Quijano inficciona, perdón, la realidad, igual que la realidad de Sancho recrudece la mirada de Don Quijote.
    La invención de morel es la creación de una vida eterna y perfecta, un día de sol y fiesta, que es como un relato perfecto también, acabado, completo y lleno de significados propios, ocultos, que transitan en el tiempo pero ajenos a él. Podría ser, también, una suerte de Relato recreado en la realidad, como si esa extraña maquinaria hubiera proyectado un cuento de Bioy Casares.

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  3. No sabía lo de ese libro y soy un gran fan de Lost. He leído el relato, me ha parecido raro y difícil, pero veo que tiene que ver
    en que hay algo que no se entiende en la isla, y que resulta un misterio que afecta a los que llegan a la isla.

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  4. Hey...aunque no acabo de ver buenos ejemplos de literatura en la
    realidad en los que citas, me pica la curiosidad por la novela de la que hablas, la que estas escribiendo.
    Creo que me gustan tambien esas novelas que parten de una alteración que pone al mundo del revés. ¿Puedes adelantarnos más?
    Me gusta algo que queda reflejado en tu artículo: cómo funciona la cabeza de un escritor cuando busca algo para escribir, qué anda pensando.
    Un saludito.

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  5. Deberías enlazar este artículo con el de Razón y Revelación: Ovidio. Guardan una relación en el tema de Wittgenstein que además le darían una respuesta al tema de cómo resuelve la literatura lo que la filosofía no. Aunque allí también está explicado en un contexto más amplio.
    Entiendo que hablas de la creación de hechos que en el fondo no son tales, pero que la literatura los postula como tales de una forma que ningún otro medio es capaz de hacer. No sólo por la cuestión de verosimilitud,que podemos encontrar en el cine, o la creación imaginativa, que estaría en la pintura, poseyendo ambas artes elementos narrativos y discursivos de alguna manera; sino por crear esto en un discurso lógico-narrativo.

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